lunes, 17 de noviembre de 2008

La semana pasada, semanita agitada...

El lunes, muy de mañana (habíamos quedado a las 7,50h en la parada del 43 de Pº Pamplona) estábamos tod@s como clavos esperando al bus. Mucho frío, mucho barro, mucho calzado inadecuado (¡¡¡ay, Martaaaaa!!! Mira que lo habíamos avisado...) mucha niebla, pero una mañana excepcional: quién nos iba a decir que, a seis km de la urbe, podríamos encontrar docenas de huellas de jabalíes, señales de ginetas, ver ánades, fochas, enormes garzas blancas, cormoranes... Hasta el buho real -que no apareció, el muy cobarde- debía andar por ahí, parapetado en las grietas de los escarpes.

Manuel, nuestro guía, acabo encantado con vosotr@s y el respeto que mostrasteis por todo lo que veíais: de qué si no nos hubiera dejado pasar por la zona restringida de anidación especial...

Si os sirve para coger la bici de vez en cuando y acercaros por ese excepcional rincón -recordad que cuando seáis viejitos y le digáis a vuestros nietos que el galacho era esto, les resultará increíble- habrá valido la pena la visita.

Nos quedan otras: a ver cómo apañamos esa visita a la Sierra de Alcubierre o a Belchite, a ver trincheras de la Guerra Civil, o esa otra por Zaragoza para detenernos y contemplar las maravillas que esconde esta vieja ciudad.

Por otra parte, el miércoles fue día de convivencia en La Quinta Julieta: buen día en general, aprovechamos las dinámicas, trabajamos bien como grupo y salieron muuuuuuuchas cosas por ahí. Lo mejor para alguno, esa relajación de 50 minutos en la que un par se echaron "la siesta del carnero", jeje

Esta semana no tenemos ningún sarao especial, salvo que ahora estáis escribiendo en esta misma sala un comentario de ética sobre aspectos positivos y negativos del botellón... Lo que voy oyendo desde aquí tiene buena pinta.

Jorge



miércoles, 5 de noviembre de 2008

APÓSITOS I “UNA CARRERA LOCA” (Trampa literaria que plantea que todo parecido con la realidad es por culpa de la realidad misma)


“–¿Qué es una Carrera Loca? –preguntó Alicia, y no porque tuviera muchas ganas de averiguarlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa, como esperando que alguien dijera algo, y nadie parecía dispuesto a decir nada.

–Bueno, la mejor manera de explicarlo es hacerlo.

(Y por si alguno de vosotros quiere hacer también una Carrera Loca cualquier día de invierno, voy a contaros cómo la organizó el Dodo.)

Primero trazó una pista para la Carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no tiene importancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el «A la una, a las dos, a las tres, ya», sino que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora, y volvían a estar ya secos, el Dodo gritó súbitamente:

–¡La carrera ha terminado!

Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando:

–¿Pero quién ha ganado?

El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores), mientras los demás esperaban en silencio. Por fin el Dodo dijo:

–Todos hemos ganado, y todos tenemos que recibir un premio.

–¿Pero quién dará los premios? –preguntó un coro de voces.

–Pues ella, naturalmente –dijo el Dodo, señalando a Alicia con el dedo Y todo el grupo se agolpó alrededor de Alicia, gritando como locos:

–¡Premios! ¡Premios!

Alicia no sabía qué hacer, y se metió desesperada una mano en el bolsillo, y encontró una caja de confites (por suerte el agua salada no había entrado dentro), y los repartió como premios. Había exactamente un confite para cada uno de ellos.

–Pero ella también debe tener un premio –dijo el Ratón.

–Claro que sí -aprobó el Dodo con gravedad, y, dirigiéndose a Alicia, preguntó–: ¿Qué más tienes en el bolsillo?

–Sólo un dedal -dijo Alicia.

–Venga el dedal -dijo el Dodo.

Y entonces todos la rodearon una vez más, mientras el Dodo le ofrecía solemnemente el dedal con las palabras:

–Os rogamos que aceptéis este elegante dedal.

Y después de este cortísimo discurso, todos aplaudieron con entusiasmo.”

LEWIS CARROLL, Alicia en el país de las maravillas, cap III (1865)

Quién le iba a decir al viejo Charles Dogson, que firmaba sus libros como Lewis Carroll, que sus palabras no iban a sonar a hueco tantos años después… En la crisis de 1929, por ejemplo.

Por entonces, Francis Scott Fitzgerald contaba en un excelente y durísimo libro, Crack-Up, de 1936, lo duro que le resultó a la sociedad norteamericana volver a creer en sí mismos después de un tiempo, aquellos felices 20, en que costaba pagar en los bares tu consumición, el camarero que te servía era inmensamente más rico que el cliente y hasta el peluquero ganaba medio millón en Bolsa. Qué lejos han quedado los días en que la gente rica lloraba, no porque les faltara algo sino porque, una vez alcanzado todo –absolutamente todo- con tanta facilidad, sabían que nunca en la vida volverían a ser tan felices. Tan lejos, tan cerca, quién sabe…

Les mintieron. Les dijeron, como en esa carrera de Alicia en el País de las Maravillas, que corrieran, que apostaran, que pusieran todo su dinero en juego porque había premio para todos. No era cierto.

Poco después, en una década humillante, cuando los conflictos de clase se pusieron los ropajes de las patrias, descubrieron de golpe y porrazo que el sistema tenía límites, que la ciudad no era infinita, que las calles tenían una sola dirección –para media humanidad, esa dirección era de salida- que no ganaban más que unos pocos y que, cuando tocaba pagar, esos pocos ya no estaban en la carrera. Descubrieron en definitiva que su ciudad, esa Nueva York cosmopolita donde cada oficina tenía un bar clandestino desde el que desafiar la Ley Seca, no era precisamente el universo, ni siquiera un universo en pequeñito. Ellos pensaban que todo cabía, que todo estaba en Nueva York, y en realidad ese espejo, como todo espejismo, había saltado en pedazos.

Qué les queda de eso, qué nos queda de eso… Que sabemos muy poco de historia, que aprendemos poco de ella, y que un sano escepticismo ante una victoria –máxime si es electoral- es más saludable que saltar de alegría porque el sol asoma tibiamente en un día nublado.

Pero todo parecido con la realidad, es pura coincidencia, o culpa de la realidad misma que se empecina en parecerse a sí misma; nada de esto está pasando, por qué iba a suceder algo tan tonto.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Ideas liebres: definición de hombre

Idea liebre:
Hombre: dícese del ser que se pasa media vida con la bragueta bajada y la otra media buscando quién se la suba.

Clavel y sidol, el jálogüin español

Clavel y sidol

Con el algodón empapado en sidol, Abelarda frotaba afanosa la placa de plata del nicho de su madre. Hacía frío y la humedad le mordía los dedos entumecidos A los pies de la escalera esperaban dos docenas de claveles en rosa y blanco. El vaso de duralex todavía tenía esa línea verde de la putridez y ese olor punzante a sobaco de vieja. Cuando hubo terminado con la placa, Abelarda comenzó a restregar escrupulosamente el mármol con la misma rabia con que raspaba los restos de la vitro en casa de los señores. Toda la puñetera vida criando niños, cuidando viejos... Hasta después de muertos había que estar adecentándolos...

María esperaba en el coche, hastiada de esperar a su madre. Se le estaba corriendo la pintura de cara y el disfraz de bruja de su hermana mayor le venía grande. A las siete y cuarto tenía que estar en casa de Sara, tenía hambre, hacía un frío de muerte y, por no haber, no había ni radio en el coche.

Cuando Abelarda colgó los claveles, se le vino a la cabeza que el más allá era mejor que el más acá, y que ojalá mañana lloviera y les cayeran chuzos de punta a las primas cuando pasearan por delante de las tumbas hurgando entre las flores por ver si eran de supermercado o de floristería. A quién se le habría ocurrido poner el día de difuntos al borde del fin de mes.

Por la noche, mientras se hacía una sopa con avecrem, un par de ajos y fideos, con la callada soledad de una mesa vacía y dos sillas sin dueña, pensaba en su hija celebrando dios sabe qué fiestas extranjeras; pensaba en ella misma y su fiesta, el clavel, el sidol, y en lo que poco que le gustaban a su madre los claveles.

sábado, 21 de junio de 2008

formas de asumir la identidad en la escuela


HIPÓTESIS ACERCA DE LA ASUNCIÓN DE LA IDENTIDAD

Os propongo tres marcos posibles de llegar a la identidad en los colegios. En cada uno de ellos hay una serie de hipótesis que plantean problemas concretos que quizá estemos viviendo en la escuela:

Marco A: Una persona “X” hace un conjunto de acciones “M” porque es “Y”

HIPÓTESIS 1: la identidad del colegio/institución “tira”de los intereses individuales hacia la acción; la persona arranca de sus propias experiencias reflexivas en las que ha hecho propios los valores de la institución y actúa en consecuencia.

HIPÓTESIS 2: Los intereses o preferencias convergentes de los miembros son la base, y aprovechan la identificación con unos valores para buscar una acción. Hay una serie de intereses individuales o preferencias que no tiene porque ser los de la institución pero que se defienden mejor bajo el paraguas de la institución, por lo que nuestra experiencia reflexiva nos lleva a la decisión de armonizar intereses en esa identificación colectiva.

Problema: se reduce la identidad a una identificación con intereses a menudo sólo estratégica y temporal, hasta que surgen otros identificadores colectivos que prometan mayor eficacia en la consecución de los intereses individuales.

Marco B: Una persona X es Y porque hace un conjunto de acciones M

HIPÓTESIS 3: existen en nuestros idearios un conjunto R suficiente de acciones que nos dan identidad, quien las cumple es Y. Podemos determinar esas acciones y procedimentarlas,

Problema: se actúa en ese caso en dirección opuesta al PP: son las acciones las que determinan la experiencia reflexiva y no se sigue el proceso lógico. Además, si las acciones que se explicitan sólo son las de los manuales de calidad, habría que consultar la hipótesis 7. Los padres, alumnos o profesores que sólo conocieran esta etapa de la institución podrían dejar reducida su identidad al cumplimiento de un conjunto de acciones.

HIPÓTESIS 4: hay un conjunto de acciones que se realizan por ´hábito y la identidad es un efecto lateral o emegente de ese conjunto R de acciones.

Problema: las acciones no provienen de la experiencia reflexiva ni llevan a ella porque no se sigue el paradigma, es “hacer por hacer”.

HIPÓTESIS 5: Existe un “somos” que construimos en interacción. La identidad es en este caso una identificación con un “nosotros” que “prefiere” y que tratamos de ajustar a unos principios preestablecidos. Tratamos de ajustar los principios a los “tiempos” y a las “preferencias” de los agentes.

Problema: buscar consensos entre las preferencias, los tiempos y los principios hacen que siempre pierdan terreno los últimos y se desvirtúen. Los padres, alumnos o profesores que sólo conocieran esta etapa de la institución podrían tirar hacia mínimos inadmisibles o lesivos para la identidad esos consensos a fin de evitar conflictos.


Marco C: Una persona X hace un conjunto de acciones M para ser Y

HIPÓTESIS 6: Las identidades son una serie de rituales de paso que construyen nuestras “fachadas” y nos ubican en “escenarios sociales”. Esas “dramaturgias” son estrategias de gestión de las impresiones que plasman nuestros imaginarios y nos confieren seguridad

Problema: la identidad como reflexión se construye desde la acción, proceso inverso al propuesto en el PPI, y queda más vacía de contenido que de forma..

HIPÓTESIS 7: hay determinados sistemas funcionales (Gestión del conocimiento “K” encaminado “+” a la búsqueda de la trascendencia “bT”, el clásico diálogo entre razón y fe sj.) que construyen normas y roles sociales que constituyen las fuentes de la identidad.

Problema: la forma de gestionar el conocimiento de la institución puede determinar la forma de buscar la trascendencia: a mayor intromisión de nuevas tecnologías, sistemas de calidad, etc., en la gestión del conocimiento de la escuela, las fuentes de la identidad no encuentran “camino” para expresarse con fluidez, no tienen lenguajes ni espacios (paso de conocimiento tácito a explícito) por lo que la identidad se desvanece. Si la razón se reduce a razón técnica o razón instrumental, la búsqueda de la trascendencia es imposible. Reducir y encorsetar la gestión del conocimiento de la escuela a los sistemas de calidad es tomar la parte por el todo, la tecnología por el conocimiento.

HIPÓTESIS 8: hay determinados sistemas funcionales que construyen normas y roles sociales que nacen de la identidad social de los individuos. La gestión del conocimiento dentro de la escuela mana de la identidad, son los principios los que configuran el estilo de gestión del conocimiento, la identidad determina qué sistemas de control de calidad utilizar o de qué tecnologías educativas disponer o qué estrategias educativas implementar.

Problema: nos encontramos con que hay que cambiar la forma de entender la calidad y trabajar más las estrategias y tecnologías educativas, pero siempre desde el PPI y desde una experiencia reflexiva. Todo ello constituye un conjunto de oportunidad.

martes, 17 de junio de 2008

la compleja construcción de la identidad desde la escuela


En "las ciudades invisibles" de Italo Calvino, la ciudad de Leonia demostraba su opulencia por lo que arrojaba a la basura, antes que por sus posesiones. Algo hay de esa ciudad que es nuestra escuela.

La educación se ha convertido en un producto más en el mercado, lejos de ser un proceso: tanto los padres como los hijos –y la mayoría de los educadores- se preocupan más por la consecución de los objetivos, por la toma de decisiones, por la recogida de los datos que por el proceso mismo, sin tener en cuenta, además, que el proceso educativo no acaba a los dieciséis años sino que dura toda la vida.

Somos una sociedad con prisa; el hecho de esperar se ha convertido en algo intolerable y no cejamos en la búsqueda de atajos para todo; el entrenamiento en la espera –actitud-base de la virtud “esperanza”- es esencial para el crecimiento de otras fortalezas como la disciplina o la paciencia. Lejos de eso, buscamos atajos para todo: (hoy los niños ven intolerable tener que pelar fruta y prefieren tomar zumo, y como éste, mil ejemplos más...) A tal punto que el privilegio de la clase acomodada en nuestro tiempo radica en tener acceso a estos atajos (a la seguridad social, la justicia, la información, etc)

Cuando la espera, la paciencia, el sentido de proceso, se difuminan, la religión pierde su finalidad y su lógica se convierte en algo errático e individual, donde nadie ajeno puede marcar los ritmos. Se convierte en un sistema autorreferente sin “telos”, sin finalidad aparente. La identidad religiosa es, por tanto, muy compleja.

El principio de siglo nos aventura, además, que estamos en era de privatización, y la gestión de la identidad no escapa a este proceso. Las dos palabras clave de las grandes ideologías del siglo XX: “sociedad” y “compromiso” se han disuelto en otras dos menos explicativas y más dramáticas: “red” y “conexión”. Hoy día ya no hablamos de estar comprometidos sino de estar “conectados” hasta el punto de que ciudadano puede serlo aquel que sólo esté disponible en esa función “conexión”; la sociedad es simplemente una “red” de conectados, de modo que el término “pobreza” muere ante el de “excluídos” (con menor carga moral). La identidad en la era de la conexión no es tarea fácil porque hay una carga emocional y experiencial fundante en la forja de la identidad que la conexión es incapaz de gestar.

Tanto parte de la izquierda como casi toda la derecha han apostado claramente por la privatización. Privatizamos no sólo empresas sino también instituciones: la religión, el matrimonio, el cuerpo, la genética... Nadie ha hecho sangre de este proceso pues tiene sus luces y también sus sombras. Cuesta entender que parte de la jerarquía eclesial se rasgue las vestiduras ante el laicismo y las concepciones privadas o “chill out” de la religión cuando se trata de un subproducto del proceso de privatización que sus “mejores hijos” iniciaron como gran negocio; de hecho, desde medios de comunicación “confesionales” se ha visto con buenos ojos parte de los procesos privatizadores recientes.

Las consecuencias de este proceso sobre la religión son muy severas: abundan las creencias autorreferenciadas en las que cada uno es gestor de pautas morales válidas en cada ocasión y sin discernimiento ajeno alguno. La “ideología de la intimidad” convierte en invulnerables estas creencias, que ni siquiera pueden ser discutidas o cuestionadas en público sin que supongan un “ataque”a la “persona”. Esas creencias se convierten en sistemas autorreferentes donde no interviene nadie sino productos de marketing más o menos atractivos que actúan sobre la persona como medicinas dependiendo del mal que las asole: si es la depresión, una creencia; si es la ansiedad, otra; si es la soledad, otra...

Por otra parte, la privatización de la realidad hace que otros conceptos también se privaticen y pierdan “capacidad de gestión social”, Así, la solidaridad es un ejercicio “capado” de “disciplina” y “telos”, cada vez más imposible de ser ejercido en colectivo, y reducido a decisiones individuales (apadrinamientos, cuotas, aportaciones o entregas puntuales...) Hay pocas oportunidades de experiencias de solidaridad en común. Si las hay, cada vez es más difícil anclarlas en compromisos a medio plazo. Pero lo más complejo es que, si las sumamos a la concepción privada de la realidad que estamos viviendo, tendemos a vivir una “concepción psicomórfica de la realidad” (Sennet), una sensación de que nuestra mente genera el problema y no lo puede resolver: dejamos de sentir culpa ante la visión de las hambrunas en África, pero nos provoca una gran ansiedad, que paliamos con pequeñas “medicaciones” (aportaciones económicas en una cuenta corriente); pero no sabemos a quién responsabilizar de esto y eso nos inquieta; los problemas sociales no los podemos resolver solos pero tampoco podemos cargar nadie la culpa de su realidad. Lo que se genera al final es una gran aporía, una maraña de sentimientos sin dilucidar ni comprender, que como no tienen solución, dejamos “en madeja” y aparcamos en la agenda de los “irresolubles” de modo que cada vez que vuelvan a aparecer, por nuestra propia “salud mental” (de ahí la “concepción psicomórfica”...) dejaremos que pase de largo esa aporía...

De hecho, las crisis sociales en los últimos años las estamos viviendo en clave de “enfermedad”, embarcándolas aún más en el dominio de lo privado.

Pues bien, las identidades religiosas sufren una aporía igual de compleja: es difícil ser iglesia sin estar en la iglesia, o sentirse iglesia sin sentirse pecador con sus pecados, o identificarse con sus contradicciones, o vivir en sus paradojas... Simplemente, tener una identidad supone pensar. Y hoy día, por desgracia, pensar es algo que estorba.

Así las cosas, vivimos en la “era de la evitación”, una época en la que restamos de todo lo que sucede su componente social: vivimos en una sociedad desdramatizada, desinstitucionalizada y destradicionalizada, sin categorías sociales que puedan servir de amarre o tabla de náufrago. Mantenemos, eso sí, algunas categorías “zombi” (muertas en vida) como la “clase social” o el “barrio” que esperan otras que las suplanten, mientras las de toda la vida, la “familia” o la “escuela”, tratan de seguir vivas sin encontrar su espacio y su sentido en esta sociedad conectada pero descomprometida.

Las identidades que surgen de esta dinámica social son identidades flotantes que adquieren los valores del mercado: son “flexibles”, “adaptables”, “transitorias”, “móviles”, “leves”, “dinámicas”. Han perdido la solidez de que gozaban en aquellos tiempos en que los conocimientos eran duraderos. Ahora, cualquier conocimiento es volátil y apenas resiste. La opulencia de nuestros conocimientos se mide por la cantidad de cosas que ya no sirven de un día para otro, somos lo que tiramos a la basura. Es difícil identificarse con algo que sabes que es perecedero, por lo que hay que estar preparado para nuevas identificaciones. La identidad tiene que ser “proteica”, abierta a todas las posibilidades que surgen día a día, abierta a las terapias que puedan necesitar nuestras enfermedades. La identidad ya no puede ser un texto que se conserve tiempo y tiempo, más bien debe ser un palimpsesto, esa tablilla sobre la que se escribe y se borra constantemente. La identidad debe mantenerse a flota a costa de adaptarse a las nuevas necesidades que van surgiendo día a día.

Por eso la escuela no engancha: ofrecemos identidades sólidas basadas en la disciplina, el esfuerzo, la dilación de la recompensa, el compromiso, los procesos largos, la espera paciente, la siembra, la socialización de los valores, la fuerza de la acción colectiva, el valor de la memoria y la elaboración de un camino personal en el campo de lo colectivo.

Frente a la escuela, la vida conectada ofrece identidades que cubren el momento, sin necesidad de compromisos, “identidades líquidas” –Zygmunt Bauman- plásticas, volátiles, flexibles, móviles, adaptables, circunstanciales y, sobre todo, placenteras, terapéuticas, capaces de aliviar los síntomas de nuestras enfermedades sociales de culpa, angustia e incapacidad (no de superar los problemas sociales y colectivos, eso no es tarea que competa al individuo).

Ante esta situación, nos obsesionamos con cargar de información nuestros procesos, recoger la mayor cantidad de datos posibles antes de tomar una decisión escolar –ya que sabemos que será discutida o judicializada si no está amparada en infinidad de datos- y convertir la educación en un mapa de algoritmos de tal modo que nuestra “fontanería” tenga un mapa de procesos tan nítido como el de una empresa de fabricación de automóviles. En realidad, no nos damos cuenta de que la sobreabundancia de datos no sirve de nada desde el punto de vista de la investigación y la toma de decisiones. Sólo sirven los datos que se pueden manejar, los datos que se convierten en indicadores. Tener más datos de los que se van a manejar sólo genera problemas: de insatisfacción, de saturación, de inoperancia... Nos habremos adaptado , seremos flexibles y plásticos pero no estaremos resolviendo problemas sólo con esa estrategia. No es una metodología de trabajo sino una técnica de recogida de información. La única metodología educativa es la didáctica.

Y el único objetivo educativo importante es cargar de competencias al alumnado para que sea capaz de aprender a lo largo de toda su vida. Entendiendo que la educación es un proceso y no un producto que se acaba a los dieciséis o dieciocho años. Ni todo acaba ahí, ni debe estar ahí todo conseguido.

Y el objetivo fundamental de la vida educativa es la construcción de una identidad propia. En los colegios, tratamos de ofrecerles nuestra propia identidad como apoyo a la construcción de la suya, pero ese intento no figura en los manuales de calidad sino en los proyectos educativos, documento vivo que está muy por encima de aquellos.

viernes, 13 de junio de 2008

La compresión del tiempo y la flexiseguridad


Nunca en la historia se había jugado tanto con un concepto del que sólo conocemos su medida. Desde que hemos descubierto que el tiempo tiene un precio -la muerte lo tenía hace ya "tiempo"- nos dedicamos a comprimirlo para aprovechar hasta la última gota. La necedad del esclavo nos lleva a ello. Primero, porque como decía el bueno de Machado "solo el necio confunde valor y precio". Segundo, porque al apretarle tanto las tuercas el tiempo-como no podía ser de otra manera- es él quien juega a la contra.

Una horita de trabajo hoy día -esto cuesta hacérselo entender al jefe- no es como una hora de trabajo hace cinco años. Qué decir en el seno de otros trabajos como la construción, donde la nueva jornada laboral "flexible" resta seguridad casi tanto como suma precariedad. La "flexi-seguridad" es el precio sobre hora de trabajo que debemos pagar los trabajadores. El sueldo no contempla este nuevo riesgo. Ni lo contemplará jamás. Mientras tanto, los accidentes laborales no son "tónicas" sino eso precisamente... "Accidentes". Se paga la muerte a un precio razonable y punto.

Europa propone (¿Europa propone?). Perdón. Más bien diríase, los capolavoro europeos proponen al mismo tiempo la conciliación de la vida familiar y laboral, la asunción de los viejos valores cristianos -familia, vida, propiedad- y una jornada laboral que los ahoga a todos. Cuestionan la validez de los convenios colectivos mientras aprovechan las huelgas de transporte para despedir trabajadores sin apenas coste. Todo por el bien común. Mientras tanto, Irlanda, el más católico de los países europeos, puede dar un golpe directo a la línea de flotación de "esta" Europa. Mientras tanto, Europa pide una mejora en las capacidades militares de sus integrantes, pero ¿no nos habíamos quedado sin enemigos? Esta visto que queremos salir de esta desaceleración por la vía norteamericana: invierta en armas lo que ayer invertía en construcción. Riesgo cero (de momento)

De la Europa social y medioambiental, nada menos que menos es nada: glorificación de la agricultura a destajo. El pequeño productor se comerá lo que produce porque la calidad no tiene sentido en el mundo de "la calidad bvqi". Parajoda.

Habrá quien piense que esta Europa poco tiene que ver con la que creímos ver... ¿cuándo exactamente? para ser honestos... Nunca.