
La tarde previa a mi intervención en la presentación del libro en el Centro Pignatelli (Zaragoza) me vino a la cabeza esta imagen. Hace años que este cuadro de John Everett Millais forma parte de mi imaginario: el escándalo que provocó en la época (Dickens dijo de él que parecía una familia de proletarios alcohólicos) despertaba en mí una lejana melancolía, la sensación de que la familia de Jesús era de trabajadores, como la mía... Mi casa era como la suya porque su casa era como la mía; en ella se sudaba, se sufría, se ofrecía un cuenco de vino al viajero, se abría a la faena de sol a sol...
Pagola me había devuelto un Jesús que la jerarquía me había hurtado durante años.
Hoy, ese Jesús de Nazaret no creo que quiera ya volver a ser Jesús del Vaticano: es difícil pisar tu casa después de años de exilio y que te la arrebaten de nuevo.
Gracias, José Antonio Pagola, por algo tan sencillo por volver a poner las cosas en su sitio.
El mayor vicio del diablo es el de desordenar lo que estaba bien puesto. A veces, ese afán por vaticanizar, por sustraer la fe de la raíz sencilla de las parábolas, es el mayor pecado. Mentir de manera que parezca mentira que pueda ser falso, eso no es arte ni retórica, es alevosía.
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